¡Hola!
Si me sigues desde hace tiempo, sabes que me atrevo a ahondar en temas incómodos sobre la salud mental. Por aquí he contado experiencias horribles que he vivido. A veces, las he decorado con elementos sobrenaturales para darles un toque menos cruel. Otras, han sido tal cual yo las experimenté.
En los comienzos de “El Taller de las Palabras”, publiqué un relato sobre cómo me sentía los primeros meses de depresión y ansiedad. (Si, me he atrevido a decir el nombre de “los que no deben ser nombrados”) Pero este relato, “Ruido”, fue publicado primero en Instagram, el 18 de Marzo de 2024.
Cuando lo escribí, tenía que soltar toda la mierda que sentía. El dolor e incapacidad que sufría.
Lo dejo por aquí por si te ayuda y estás pasando un proceso similar, o a algún conocido. Muchas personas me han dicho que gracias al relato han podido entender más a personas de su alrededor que están sufriendo.
(Me han llegado a pedir consejo para que les puedan acompañar, pero no soy un terapeuta. Solo puedo ayudar con mi experiencia… ojala poder ayudar más)
Para mi, era un grito al vacío, no esperaba respuesta ninguna.
Mi sorpresa fue como cientos de manos desconocidas me agarraron antes de caer, me contaron lo identificados que se sentían y me hicieron sentir menos solo.
Fue algo increíble y bonito, pese a lo turbio que pudiera ser el tema.
Los meses, pasaron. Aunque sería más representativo decir que me atropellaron.
Y yo volví a una vida “normal” en la oficina.
Las personas a mi alrededor parecen más tranquilas porque, cuando te dan el alta significa que estás bien no?
¿no?
Pues no siempre es así.
Y pese a que considero que estoy mucho mejor que antes, eso no quiere decir que no siga sufriendo ese ruido que comentaba en el anterior post, a veces es incluso peor.
Escucho y siento ruido CONSTANTEMENTE. Lo bueno, o triste, de todo esto es que me he acostumbrado a vivir con él.
Por eso, he decidido escribir una segunda parte. Para explicar(me) lo que siento, para desgranar el ruido que sentimos muchas personas y no entendemos. Para demostraros que no estamos solos.
Gracias por estar al otro lado.
“Rui(Dos)”
Los días son largos y, aunque quiero aparentar estar bien, cuando se acerca la hora de la cena se desquebraja mi mascara y armadura. Cómo un personaje de un cuento al que su hechizo se le acaba el efecto, tengo que darme prisa para no romperme delante de los demás.
Cuando, al fin, me acuesto en la cama, aunque tomo una medicación bastante potente para relajarme, hay un intervalo de tiempo en el que el ruido me envuelve.
Un zumbido creciente que comienza en los oídos y se extiende por todo el cuerpo como una corriente eléctrica. Luego se concentra, taladrando cabeza y pecho con una mezcla de intensidad y curiosidad.
Tengo miedo.
Miedo a perder lo que tengo.
Miedo a perderme.
La medicación hace efecto, y ese mar negro, ensordecedor, es succionado por el desagüe de mi consciencia.
Caigo en un sueño profundo. Pero lo que no esperaba era que el ruido y la oscuridad vinieran conmigo. Allí, donde soy más vulnerable, tienen acceso a mi inconsciente. Raro es el día en el que las pesadillas no me alcanzan y golpean lo más profundo de mi ser.
Aún así, ya no es como antes. Despierto con algo más de energía. El cuerpo ha descansado. Y ahora hay días —pocos, pero existen— en los que consigo escapar del dolor durante horas. Esos momentos me sostienen. Me hacen creer, aunque sea un poco, en la posibilidad de una vida más silenciosa.
Pero el monstruo acecha en cada esquina. No puedo permitirme bajar la guardia. Y es justo cuando más cansado estoy cuando más se aprovecha. Me aprieta. Brazos, garganta y cabeza palpitan y se tensan bajo su presión absoluta.
Aunque hay días que todo en mí me pide quedarme en la cama, que no lo intente, que no vale la pena. Aunque el cuerpo duela y la mente susurre cosas que preferiría no escuchar.
Me levanto.
Me hago un café y me visto y practico gestos que me ayuden a parecer “normal”. Sonrío mucho, todo lo que puedo. Me esfuerzo para que no se vea el incendio que llevo dentro.
He aprendido a camuflarme. A parecer funcional. A decir “bien, ¿y tú?” con una voz que suena lo suficientemente creíble. A mantener la mirada. A bromear. A hablar del tiempo.
Pero dentro, cada gesto cuesta. Cada ruido de aparatos electricos, personas hablando, coches con sus claxon es un zumbido que se clava en mis sienes.
Cada palabra es una piedra que debo empujar cuesta arriba. Cada paso es un acto de resistencia (y rebeldía).
No lo hago por valentía. Lo hago porque rendirme no es una opción. Porque dejarme caer del todo es un lujo que no puedo permitirme.
He aprendido a reconocer los momentos buenos. A disfrutarlos sin culpa y sin miedo a que se acaben. A valorar una risa espontánea, una noche sin pesadillas, una tarde sin ruido. A veces, incluso, me descubro en silencio, sin miedo. Y sonrío de verdad.
Sé que no todo está bien. Pero estoy mejor.
Y eso, hoy, es suficiente para sentirme feliz.
Charlie Marrez