¡Hola!
Escribo todos los días.
O sería más sincero decir: dudo, borro, reescribo, me enfado conmigo mismo, me reconcilio. No suena muy productivo si lo miras con ojos de métricas, seguidores, visitas, etc... pero es escritura de verdad. No de esa que nace al preguntarse “¿qué está funcionando ahora?”, sino de la otra, la que a veces no sabe a dónde va, pero sí por qué empezó.
Últimamente he sentido la tentación de escribir “para”:
Para que me lean.
Para gustar.
Para que el algoritmo me premie con unos segundos más de exposición en esta jungla de contenidos infinitos.
Una jungla en la que ninguno puede seguir el ritmo.
Y te lo digo porque llevo semanas sin poder leer siquiera las publicaciones de Substack que más me gustan.
Ya ni hablemos de mis libros pendientes, esa pila que crece sin piedad:
(Y estos son solo los que más “me pican” tener pendientes. Que hay muchos más…)
Cada vez que caigo en la trampa de intentar gustar sin pensar en mí, algo se rompe.
Se cuela un ruido interno difícil de apagar.
(Si quieres saber algo más sobre ese ruido, te dejo el relato terapéutico de esta semana.)
Relato: "Rui(Dos)"
¡Hola! Si me sigues desde hace tiempo, sabes que me atrevo a ahondar en temas incómodos sobre la salud mental. Por aquí he contado experiencias horribles que he vivido. A veces, las he decorado con elementos sobrenaturales para darles un toque menos cruel. Otras, han sido tal cual yo las experimenté.
Dejo de disfrutar el proceso. Me empiezo a comparar. Me duele el estómago.
Entonces paro.
Porque no empecé a escribir para seguir tendencias. Empecé porque necesitaba contar cosas. Inventar mundos. Ponerle palabras a lo que no sabía decir de otro modo.
Y cada vez que intento encajar en lo que se supone que “funciona”, dejo de ser yo.
Y ese es un precio demasiado alto.
Escribo porque me hace sentir vivo, aunque a veces duela.
Aunque me lea poca gente.
Aunque nadie le dé al corazoncito o deje un comentario.
Porque si no lo hago para disfrutar, nada tiene sentido.
Esto me recuerda a una conversación que tuve en la mentoría con mi profe
Le pregunté si la novela era interesante, si le gustaba. Ella me miró y dijo:
—¿Para quién escribes la novela?
Yo respondí sin pensarlo dos veces:
—Para mí.
(Es posible que sus palabras exactas no fueran esas, pero no tengo tiempo de verme la grabación. El hecho es que me preguntó para quién escribía)
Y fue como si me devolviera a casa.
No quiero que mi voz se disuelva en un océano de frases diseñadas para generar clics o vender libros.
Prefiero que lo que escribo llegue a menos personas, pero que lo haga de verdad.
Que alguien, durante su día, lea un párrafo y diga: “yo también me he sentido así”.
Quizás ese sea el verdadero algoritmo que vale la pena: el de la conexión humana.
Sé que me he perdido en ocasiones (me volveré a perder, soy humano y me equivoco), pero esa conexión es la única métrica que quiero seguir en mi vida.
—Charlie Marrez
Es hermoso por qué es real, auténtico y nos refleja...
La honestidad sin adornos: se siente como una conversación íntima, de esas que no buscan impresionar, sino conectar. ¿Está bien si lo incluimos en el Diario de Substack?