Introducción:
He añadido esta introducción a posteriori. Para quien me lea a partir del dia 29/01/2025 (un día después de la publicación del relato).
Cuando programé su publicación, una semana atrás, no estaba convencido de hacerlo… Ya entonces chirriaba un poco el relato en mi cabeza, pero llevaba en borradores sin terminar unas cuantas semanas.
Fue fruto de sentir que, en muchas ocasiones, las personas que sufren una enfermedad o accidente no son validadas ni comprendidas. Que tu valor como persona viene dado por como produces, lo que generas. (esto lo sabemos todos de sobra… pero que doloroso es enfrentarse a la frustración todos los días).
Creo que ese mensaje ha quedado claro, y con eso me quedo mas tranquilo. Ahora bien, hasta yo me doy cuenta de la oscuridad que me rodea. Esa necesidad/morbo/gusto por describir accidentes, muertes y sufrimiento en mis personajes. Me pregunto si debería aflojar el acelerador o seguir explorando esto.
Probablemente sea el tema que hable en el boletín de esta semana :)
Relato:
Juan siempre había sido una persona ejemplar.
Salía a correr cada mañana antes de amanecer. Corría alrededor de diez kilómetros y volvía a casa justo a tiempo para ducharse, tomarse un café y poder salir a trabajar.
Vivía en un pueblo al norte de España, en una casa de dos pisos, sin contar el enorme sótano que usaba como trastero. Todos los días iba a trabajar en bicicleta.
Tardaba alrededor de diez minutos en llegar a la fabrica. Allí pasaba nueve horas de pie moviendo material y soldando piezas de vehículos que posteriormente se ponían a la venta a precios que no entendía, más teniendo en cuenta lo que cobraba a fin de mes.
Pero todo cambió un día…
Juan era muy bueno en su trabajo, se encargaba tanto de las prensas hidráulicas como de las cortadoras laser, con ellas moldeaba y cortaba las piezas de carrocería de una cadena de montaje prácticamente perfecta. En la empresa, ahora con sedes por todo el mundo, y con acciones en bolsa, su fabrica era bien conocida por lo metódicos y eficaces que eran.
Un error lo puede tener cualquiera. Y de las envergaduras del error dependen las consecuencias, por supuesto.
Pese a que Juan tenía una gran maestría y había llegado casi a automatizar el proceso que realizaba debido a los años en la fabrica, ese día llegó un poco mas cansado de lo habitual…
Depende de a quien preguntes te darán una versión u otra pero el resultado fue el mismo:
El zumbido constante de las máquinas llenaba la nave industrial, y el aire olía a metal quemado y aceite. En la esquina designada para los cortes precisos, la cortadora láser emitía un tenue resplandor rojizo mientras su brazo mecánico se movía con precisión quirúrgica sobre una plancha de acero.
Juan, absorto en sus pensamientos, se inclinó sobre la mesa de control. Había estado trabajando más horas de las que debía; el cansancio le nublaba los reflejos. Un error en el último lote le había costado la paciencia de su supervisor, y ahora tenía que compensarlo. Notó que un fragmento de metal, más pequeño que el resto, se había quedado atascado cerca del borde de la máquina.
Maldiciendo por lo bajo, apagó el láser… o al menos creyó haberlo hecho. Sin esperar a confirmar que el sistema estuviera completamente apagado, deslizó su pierna ligeramente hacia adelante mientras se agachaba para retirar el trozo con la mano. Entonces, el sensor detectó un movimiento inesperado.
Un destello blanco, rápido como un latigazo, atravesó el aire. Juan no sintió nada al principio, solo un calor extraño que ascendía por su muslo. Fue el olor lo que le llegó primero: un hedor a carne chamuscada que tardó unos segundos en asociar consigo mismo. Entonces lo vio: un corte limpio, profundo, atravesaba la tela de su pantalón, dejando entrever carne abierta y bordes ennegrecidos.
Gritó, tambaleándose hacia atrás mientras la sangre comenzaba a brotar, manchando el suelo con un contraste brutal contra el gris metálico del entorno. A su alrededor, los demás operarios se detuvieron, alarmados por el estruendo de la silla al caer. Alguien gritó pidiendo ayuda, mientras Juan presionaba su pierna con manos temblorosas, tratando de contener el flujo de sangre.
El sonido de la alarma de seguridad resonó por toda la nave, un recordatorio implacable de lo fácil que era que un momento de distracción se convirtiera en tragedia.
El resto… fue muy rápido. Le llevaron al hospital más cercano y, gracias a la velocidad de reacción, no perdió la pierna. Tenía quemaduras graves y una lesión permanente. Los médicos sentenciaron que no volvería a correr. A partir de ese momento solo podría andar, con la ayuda de muletas. Además, de regalo, le recetaron una cantidad de pastillas desorbitada…
Para el fue un duro golpe. No conocía una vida sin trabajar, sin correr, sin parar. Su familia le ayudó a llegar a casa y allí se instaló en una silla de ruedas.
Ellos le decían frases cómo:
— ¡Ánimo! que dentro de poco te recuperarás.
— ¡Así puedes aprovechar y descansar!
— ¡ Que envidia! No tienes que trabajar.
Pero el no entendía nada de lo que le decían.
— ¿Cómo voy a estar bien? —les decía.
— Es normal que te sientas así ahora. Date tiempo
— Tiempo…
Tiempo era eso que usaba para cronometrarse el rendimiento en sus carreras, lo que le permitía saber si mejoraba en una maratón. Sus tiempos.
No tenía ese tiempo que le decían para esperar. ¿Esperar a que?
Las semanas pasaron… El se hizo muy habilidoso con su silla de ruedas. Podía moverse si dificultad por la casa, siempre y cuando no tuviera que subir o bajar de piso. Para no depender de nadie, pidió que instalaran un camastro en el salón, en un lugar entre el sofá y una estantería llena de sus libros favoritos.
En la revisión médica le dijeron que todo parecía mejorar como esperaban. Que podía comenzar a andar con una muleta o bastón. También le dijeron que tenía que hacer rehabilitación.
— Que bien. ¡Estas mejor! —le comentaba su hermana a la salida de la consulta.
¿Mejor? Estaba encarcelado al bastón y al pastillero. ¡Ya no volvería a correr!
Las semanas pasaron y fue capaz, poco a poco, de moverse despacio por su casa. Se agarraba a lo que encontraba cada pocos metros al principio para descansar, pero después comenzó a valerse solo del bastón. Un bastón horrible al que tenía cariño porque había pertenecido a su abuelo.
Le ofrecieron una ayuda por incapacidad parcial y le aconsejaron buscar un trabajo alternativo.
Te puedes hacer informático, algo menos físico. Un trabajo de oficina en el que no tengas que moverte mucho, que sea tu cabeza la que trabaje. —le dijo un día un viejo amigo suyo.
La gente a su alrededor le miraba con lastima. Ya no veían a Juan el fuerte, el que resistía, el corredor de maratones… el que tenía un buen trabajo estable en la fabrica.
Ahora era Juan “El cojo”
Y nadie quiere estar cerca de un cojo, ¿Sabéis?. Podría caerse delante tuya y te tocaría levantarle. Menudo desastre.
Podría ponerse a gruñir de dolor delante tuya y tu no sabrías que hacer. Menuda impotencia.
No podía trabajar como antes. Menudo desperdicio de persona…
Que locura de mundo en el que se ponen etiquetas por ser cojo, ¿no?
Charlie Marrez
Fe de errores:
Gracias a
me he planteado la escena del accidente. A este tipo de comentarios me refiero cuando me gusta vuestro feedback:Y, efectivamente, no me documenté mucho con esa parte. Quería que fuera muy gráfica y la sangre siempre ayuda. Estuve a punto de hacer que se lesionara por aplastamiento de una pieza, porque yo también dudaba que fuera a sangrar mucho. El hecho es que después del comentario, me documenté un poco más y rara vez sangra un corte hecho por laser, o no mucho. Esto es porque la herida, mediante el calor del laser, se cauteriza. De esta manera se impide la hemorragia.
Rea, para que veas (las demás personitas que se acercan a leerme tambien) lo que da de si un comentario. Agradecido de que me leais.
He dejado el texto como está porque, bueno, creo que dejarlo así me ayuda a acordarme de la documentación y su importancia.
Un abrazo
Justícia para Juan, otra víctima del capitalismo 💔
Duda seria: tenía entendido que los cortes hechos con láser no sangraban, por eso de que queman la carne y secan el flujo de sangre 🤨 Igual que cuando se quema una herida para detener la hemorragia.
Aprieta el acelerador hasta el fondo!!
Hay historias muy curiosas que pueden surgir de trastornos psicológicos que quedan después de lesiones cerebrales por accidentes. Te recomiendo un buen libro por si te inspira para más historias, lo leí mientras estudiaba la carrera y a mi me encantó. Se llama El hombre que confundió a su mujer con un sombrero de Oliver Sacks.
Mucho ánimo!!