El texto de esta semana no es un relato, tampoco creo que sea una reflexión.
Puede que sea un hecho, o un sentimiento más allá de la locura que sucede a mi alrededor. Aunque puede que la locura esté en mi interior y sea yo quien la proyecte en un mundo de cuerdos.
Maldita sea… Ya estoy otra vez.
Quien me conoce en persona saben que las personitas más pequeñas suelen llamarme capitán Garfio desde hace un tiempo. Otras, las más cercanas, saben que uno de mis cuentos y pelis favoritas es Peter Pan (junto con El Principito o Alicia).
El hecho es que, pese a ser un gran fan de Peter Pan, nunca he sido “un niño perdido”.
Crecí entre piratas. Ellos me criaron lo mejor que supieron y tomaron decisiones que yo acepté e interprete como “correctas”.
Esperé a Peter a los pies de mi ventana cada noche, para que me rescatara y me llevara volando a su “maravilloso país”. Pero ni el ni su sombra, y menos esa pequeña hada, aparecieron.
Los años pasaron y yo fui creciendo, algo inevitable para quien no pisa Nunca Jamás. Surqué con mi propio barco mares y océanos de lo que, por aquel entonces, pensé que era libertad.
Pero nada de eso me hacía sentir bien. No del todo.
Fui agriando mi carácter, perdí parte de mi y gané armas que me ayudaban a defenderme de otros piratas. El garfio me fue muy útil. Aunque claro, a cambio tuve que perder algo primordial: esas ganas de disfrutar de la vida que tienen los niños perdidos (y una maldita mano).
Envidie y odié a Peter. Juré venganza. Si no podía ser uno de los suyos, acabaría con el. Me haría con todos sus tesoros por el simple placer de verle sufrir…
Años mas tarde comencé a ver elefantes tragados por serpientes, planetas remotos y tesoros escondidos bajo una “X”, que siempre señala el lugar. Fue gracias a mi pequeño principito que viví la vida de otra manera, que mi odio se deshizo.
Podéis creer, quienes no sabéis toda la historia, que el momento en el que me convertí en Garfio fue cuando una niña (nada) perdida me dijo: “Tu vas a ser Garfio y yo Peter Pan”. Pero ese momento, fue en el que Peter apareció ante mis ojos en todo su esplendor junto a sus niños perdidos para pedirme disculpas y abrazarme. Me acogió en su tripulación y me dijo que ya estaba preparado para ir con el.
Ahora, solo uso mi garfio cuando es estrictamente necesario y casi siempre para jugar con los niños y niñas (nada) perdidos.
Solo espero que puedan seguir siendo esa tribu de pequeños bribones por mucho tiempo. De momento, estaré aquí para vivir aventuras con ellos.
Charlie Marrez
Charlie, te descubrí por el Diario, tus artículos resuenan, felicidades ...
Esta increíble Charlie, me encantó la narración, impecable, la historia maravillosa, ingeniosa, creativa.
Cuanto talento 👏 👏 👏